Durante el par de décadas pasadas, me quejé de las actitudes molestas de las personas y argumentaba las furias de mis abuelos y de los pasajeros de la vida, con una frase su mal genio ante la vida: “ESTÁN VIEJOS”.
Y en mi caso, que venía sospechándolo desde hace unos meses, al verme los domingos leyendo las editoriales de los diarios de prensa escrita, y de revistas de actualidad política, y hasta en un par de oportunidades enviando mails hipotéticos que escribía en mi mente… Pero no es solo el hecho de que ahora ya no disfruto de salir de rumba de Jueves a Domingo y quedar muerto como un cetáceo encallado en la bahía de mi dormitorio; ni tampoco el que valoro y atesoro mi tiempo a solas, en silencio, y simplemente disfrutando de la brisa que juega por mi ventana a entrar y salir en distintas intensidades de fuerza. No, nada de eso, me di cuenta que estoy viejo, huraño y grosero en una escalera eléctrica.
Cuando voy a comprar artículos de aseo y algunas frutas a un almacén de cadena cerca de mi casa, disfruto como un trisomico, bajar por la escalera eléctrica más lenta del planeta, lleva del segundo piso al primero con una lentitud digna de una legendaria tortuga de Galápagos, y los adultos mayores (y yo) somos los únicos que la toman, pues es bien sabido por todos que es una tortura china bajar por ellas. Así pues, bajaba un día con los brazos sobre las bandas sin fin de las escaleras y admirando todo lo posible en el largo y apacible trayecto y sentí como las escaleras vibraban y una voz venia apresuradamente pedía permiso a quienes venían a mis espaldas, hasta que llegó a mi, solicitando un espacio para pasar rápidamente y me negué, aludiendo a que si tenía afán podría haber bajado por las escaleras tradicionales, él reitero su intención de pasar a la fuerza y en un tono más fuerte pero igual de cortes aún con los ojos poseídos por Ares, mi sangre ardiendo como al de Hefestos y con la plena seguridad de no ceder como Apolo, no le dí permiso. Él tipejo intento retroceder aun con la dificultad que eso representa en una escalera eléctrica, pero vi como bastones y canastas de adultos mayores cerraron su noble iniciativa de resarcir su error.
Al llegar abajo, sonreí, ya no como un jovencito altivo, si no como un respetable huraño… podre verme joven, pero tengo un alma añeja, como los buenos vinos.
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Nadie podrá percibir mi angustia al verme sumido por el twiter, el Facebook y sus incontables distracciones (plantas vs zombies (babas) y angry birds), el trabajo y los dilemas de la vida, a veces sentía que no tenía ganas de escribir, ni de leer. No se si eso me hace menos “buen bloguero” pero si puedo dar por hecho que extrañe a muchas personas que he conocido por acá, y sin prometer mucho, espero seguir encontrándomelos. Un abrazo, Potter.
*** Por ciertooooo, se acabó Harry Potter y casi me muero cuando ví a Minerva McGonagall conjurando el Piertotum Locomotor y la épica pieza musical de Alexandre Deplast hizo que llorara como un ejército de Magdalenas…